domingo, 17 de marzo de 2019

Educación emocional desde la infancia

Es habitual que en los diferentes contextos escuchemos relatos que identifican claramente un déficit en nuestra gestión emocional. Si por ejemplo, atendemos al contexto laboral,  muchas personas trabajan en organizaciones con un clima laboral negativo o deteriorado; en el entorno familiar, cuidadores y padres elevamos el tono de voz con frecuencia,  utilizamos la frase “me estás enfadando”, nos acogemos al papel de víctima con nuestra pareja, entre otros muchos ejemplos. Si citamos el plano personal encontramos gran inestabilidad en las relaciones personales, entre amigos, falta de empatía con situaciones ajenas a nosotros, así como muchos comportamientos que buscan alimentar nuestro ego. Todas estas situaciones se generan por la ausencia de una sólida inteligencia emocional, pero ¿podemos aprender a ser emocionalmente inteligentes?.

Con una respuesta afirmativa, Rafael Bisquerra (2000), define la educación emocional como el proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo de las competencias emocionales como elemento esencial del desarrollo humano, con objeto de capacitarle para la vida y con la finalidad de aumentar el bienestar personal y social. Se pretende el desarrollo integral de la persona, y por tanto es una educación para la vida que incluye la totalidad del ciclo vital.

Las competencias emocionales son “el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales”. (Bisquerra, 2009)

La educación emocional, se fundamenta en disciplinas como la inteligencia emocional, la neurociencia o la psicología positiva, y trata de dar respuesta a las necesidades vitales y sociales de las personas.

Así mismo, esta educación, que posibilita el desarrollo de la inteligencia emocional, comienza durante los primeros meses de vida, y se mantiene en los diferentes contextos de socialización (escuela, universidad, mundo empresarial, comunidad, etc). Las personas aprendemos en base a lo que observamos,  y por lo tanto en los contextos señalados, la existencia de personas que lideren y modelen a otros en su educación emocional es fundamental.

Ya en el vientre materno, el bebé es capaz de percibir el estado emocional de la madre a través del nivel de cortisol que atraviesa la placenta. Del mismo modo, existen estudios (O`Donnell, O`Connor y Glover, 2009), que relacionan el nivel de cortisol con el CI del bebé. A mayor presencia de cortisol en el líquido amniótico, menor CI. Si mejoramos el estado emocional de la madre, se podría mejorar la salud de la sociedad presente y futura.

Basadas en el libro “Educación Emocional. Propuestas para educadores y familias” de Rafael Bisquerra, se proponen algunas claves que todos podemos aplicar de forma transversal con los nuestros. Ser emocionalmente inteligentes, es un paso previo para comenzar con la educación emocional de otros. 

1.- Etiqueta emociones: Detectar cómo nos sentimos  e identificar el tipo de emoción que vivimos permite regular nuestras emociones y adecuar los comportamientos. Puedes utilizar el semáforo emocional para saber si tienes una emoción negativa (el rojo), positiva (el verde) o neutra (amarillo). Una vez asignado un color, pregúntate, ¿es eso lo que quiero sentir?, ¿qué ha generado que esté en rojo/verde o amarillo?, ¿qué puedo hacer (conductas) para que el verde regrese?.

2.- Buscar calma y regulación a través del uso de mindfulness o meditación, técnicas de relajación, ejercicios físico, descanso y alimentación saludable, visualizaciones positivas, reír, jugar, cantar, bailar, acciones placenteras, etc. Con todas estas acciones regulamos las emociones negativas y generamos un estado de ánimo más positivo, aumentando la presencia de endorfinas en nuestro cuerpo.

3.- Establece una comunicación positiva.  Los niños deben recibir respeto, afecto, atención, reconocimiento y comprensión por parte de los padres y de otros adultos. Si el niño escucha gritos o vive castigos indiscriminados, entiende que esa es la forma en la que él mismo debe comportarse en un futuro. Sin embargo, si expresamos lo que queremos en positivo ( “termino de hablar con la abuela y te escucho” , frente a “no interrumpas cuando los mayores hablan”) potenciamos un estilo que contribuye al desarrollo de la autoestima y el bienestar.

4.- Escuchar atentamente permite descubrir qué les preocupa, y porqué se han sentido así. Si nuestros hijos se alteran y nosotros nos alteramos todavía más, nuestras emociones impedirán atender, reconocer y aceptar las suyas para ayudarles. Utiliza diariamente espacios de comunicación donde puedan expresar de manera pausada qué les ha ocurrido durante el día, ayúdales en su expresión y muestra aceptación y ausencia de juicio.  

5.- Nuestro propio bienestar antes educar. Potenciar nuestro autocuidado a través de las técnicas y recursos del punto 2. Si nuestros hijos ven nuestra felicidad, ellos serán felices. Para poder ofrecer lo mejor de nosotros, debemos estar bien física, mental y emocionalmente. Busca el equilibrio y la reorganización de la agenda para incluir alguna/s de las rutinas.

6.- Implementar el agradecimiento como un hábito.  Manifestar los momentos felices del día, favorece la comunicación y el contagio emocional. Por ejemplo, puedes utilizar el ejercicio “mi regalo” donde cada uno exponga qué le ha hecho sentir más feliz  ese día; los elogios sinceros pueden ser otra pauta de las convivencia diaria.

7.- Fijar límites.  Poner límites implica  “DECIR SI” siempre que sea posible y “DECIR NO”, cuando sea necesario. Esto ayuda a los niños a entender que no todo es posible, que no siempre conseguiremos lo que deseamos en un momento determinado, implica espera y postergación de un resultado. Recordemos que los padres, seguimos siendo su referente, su líder, su ejemplo, por lo que tendremos que entrenar nuestra propia tolerancia a la frustración y resiliencia. 

8.- Aceptar la responsabilidad de mis conductas. Las emociones son incontrolables, un proceso psicofisiológico que se produce en respuesta a un estímulo. Sin embargo, nuestra conducta, nuestro comportamiento ante esas emociones sí puede ser modelado y elegido de manera responsable por cada uno de nosotros. Por ello, los adultos tenemos la misión de mostrar conductas adaptativas frente a las emociones.  

En resumen, las diferentes pautas propuestas son un reto para padres y educadores que tienen en sus manos la posibilidad de crear una nueva generación de personas emocionalmente inteligentes y recuerda, en palabras de Bisquerra.

Cualquier comportamiento, de cualquier persona, es un ejemplo de educación o “deseducación”.