Es habitual que en los diferentes
contextos escuchemos relatos que identifican claramente un déficit en nuestra
gestión emocional. Si por ejemplo, atendemos al contexto laboral, muchas personas trabajan en organizaciones con
un clima laboral negativo o deteriorado; en el entorno familiar, cuidadores y
padres elevamos el tono de voz con frecuencia,
utilizamos la frase “me estás enfadando”, nos acogemos al papel de
víctima con nuestra pareja, entre otros muchos ejemplos. Si citamos el plano
personal encontramos gran inestabilidad en las relaciones personales, entre
amigos, falta de empatía con situaciones ajenas a nosotros, así como muchos
comportamientos que buscan alimentar nuestro ego. Todas estas situaciones se
generan por la ausencia de una sólida inteligencia emocional, pero ¿podemos
aprender a ser emocionalmente inteligentes?.
Con una respuesta afirmativa, Rafael
Bisquerra (2000), define la educación emocional como el proceso educativo,
continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo de las competencias
emocionales como elemento esencial del desarrollo humano, con objeto de
capacitarle para la vida y con la finalidad de aumentar el bienestar personal y
social. Se pretende el desarrollo integral de la persona, y por tanto es una
educación para la vida que incluye la totalidad del ciclo vital.
Las competencias emocionales son
“el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias
para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos
emocionales”. (Bisquerra, 2009)
La educación emocional, se fundamenta
en disciplinas como la inteligencia emocional, la neurociencia o la psicología
positiva, y trata de dar respuesta a las necesidades vitales y sociales de las
personas.
Así mismo, esta educación, que
posibilita el desarrollo de la inteligencia emocional, comienza durante los
primeros meses de vida, y se mantiene en los diferentes contextos de socialización
(escuela, universidad, mundo empresarial, comunidad, etc). Las personas aprendemos en
base a lo que observamos, y por lo tanto
en los contextos señalados, la existencia de personas que lideren y modelen a
otros en su educación emocional es fundamental.
Ya en el vientre materno, el bebé es capaz de percibir el
estado emocional de la madre a través del nivel de cortisol que atraviesa la
placenta. Del mismo modo, existen estudios (O`Donnell, O`Connor y Glover,
2009), que relacionan el nivel de cortisol con el CI del bebé. A mayor
presencia de cortisol en el líquido amniótico, menor CI. Si mejoramos el estado
emocional de la madre, se podría mejorar la salud de la sociedad presente y
futura.
Basadas en el libro “Educación
Emocional. Propuestas para educadores y familias” de Rafael Bisquerra, se proponen
algunas claves que todos podemos aplicar de forma transversal con los nuestros.
Ser emocionalmente inteligentes, es un paso previo para comenzar con la
educación emocional de otros.
1.- Etiqueta emociones: Detectar
cómo nos sentimos e identificar el tipo
de emoción que vivimos permite regular nuestras emociones y adecuar los comportamientos.
Puedes utilizar el semáforo emocional para saber si tienes una emoción negativa
(el rojo), positiva (el verde) o neutra (amarillo). Una vez asignado un color,
pregúntate, ¿es eso lo que quiero sentir?, ¿qué ha generado que esté en
rojo/verde o amarillo?, ¿qué puedo hacer (conductas) para que el verde regrese?.
2.- Buscar calma y regulación a
través del uso de mindfulness o meditación, técnicas de relajación, ejercicios
físico, descanso y alimentación saludable, visualizaciones positivas, reír,
jugar, cantar, bailar, acciones placenteras, etc. Con todas estas acciones
regulamos las emociones negativas y generamos un estado de ánimo más positivo,
aumentando la presencia de endorfinas en nuestro cuerpo.
3.- Establece una comunicación
positiva. Los niños deben recibir
respeto, afecto, atención, reconocimiento y comprensión por parte de los padres
y de otros adultos. Si el niño escucha gritos o vive castigos indiscriminados,
entiende que esa es la forma en la que él mismo debe comportarse en un futuro. Sin
embargo, si expresamos lo que queremos en positivo ( “termino de hablar con la
abuela y te escucho” , frente a “no interrumpas cuando los mayores hablan”)
potenciamos un estilo que contribuye al desarrollo de la autoestima y el
bienestar.
4.- Escuchar atentamente permite
descubrir qué les preocupa, y porqué se han sentido así. Si nuestros hijos se
alteran y nosotros nos alteramos todavía más, nuestras emociones impedirán atender,
reconocer y aceptar las suyas para ayudarles. Utiliza diariamente espacios de
comunicación donde puedan expresar de manera pausada qué les ha ocurrido
durante el día, ayúdales en su expresión y muestra aceptación y ausencia de
juicio.
5.- Nuestro propio bienestar
antes educar. Potenciar nuestro autocuidado a través de las técnicas y recursos
del punto 2. Si nuestros hijos ven nuestra felicidad, ellos serán felices. Para
poder ofrecer lo mejor de nosotros, debemos estar bien física, mental y
emocionalmente. Busca el equilibrio y la reorganización de la agenda para
incluir alguna/s de las rutinas.
6.- Implementar el agradecimiento
como un hábito. Manifestar los momentos
felices del día, favorece la comunicación y el contagio emocional. Por ejemplo,
puedes utilizar el ejercicio “mi regalo” donde cada uno exponga qué le ha hecho
sentir más feliz ese día; los elogios
sinceros pueden ser otra pauta de las convivencia diaria.
7.- Fijar límites. Poner límites implica “DECIR SI” siempre que sea posible y “DECIR
NO”, cuando sea necesario. Esto ayuda a los niños a entender que no todo es
posible, que no siempre conseguiremos lo que deseamos en un momento
determinado, implica espera y postergación de un resultado. Recordemos que los
padres, seguimos siendo su referente, su líder, su ejemplo, por lo que tendremos que entrenar nuestra propia tolerancia a la frustración y resiliencia.
8.- Aceptar la responsabilidad de mis conductas. Las emociones son incontrolables, un proceso psicofisiológico que
se produce en respuesta a un estímulo. Sin embargo, nuestra conducta, nuestro
comportamiento ante esas emociones sí puede ser modelado y elegido de manera
responsable por cada uno de nosotros. Por ello, los adultos tenemos la misión
de mostrar conductas adaptativas frente a las emociones.
En resumen, las diferentes pautas propuestas
son un reto para padres y educadores que tienen en sus manos la posibilidad de
crear una nueva generación de personas emocionalmente inteligentes y recuerda,
en palabras de Bisquerra.
“Cualquier comportamiento, de
cualquier persona, es un ejemplo de educación o “deseducación”.